Ella le preguntó que por qué no escribía lo que pensaba. Para qué, le pregunto él, con cuidado desdén. ¿Para competir con fraseólogos incapaces de pensar consecutivamente por sesenta segundos? ¿Para someterse a la crítica de una burguesía obtusa, que confiaba su moral a la policía y sus bellas artes a un empresario?
Joyce, James. Dublineses. El País, 2002. (pàgina 120). Traducció de Guillermo Cabrera Infante
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