Arrancándome el delantal y la sayuela, mis manos encuentran esas fajas apretadas “para que no se notara el pecho”, que hasta aquel momento habían sido como una segunda piel para mí. Una piel de suave apariencia que me ataba con su blancura tranquilizadora. Cogí las tijeras y las corté a pedazos. Tenía que respirar. Y finalmente desnuda -¿cuánto hacía que no sentía mi cuerpo desnudo?, pues hasta el baño había que dárselo con la sayuela- reencuentro mi carne. El pecho libre estalla bajo mis palmas y me acaricio allí en el suelo disfrutando de mis caricias que aquella palabra mágica había liberado.
Sapienza, Goliarda. El arte del placer. Lumen, 2007. Traducció de José Ramón Monreal (pàg. 70).
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